Todas las sociedades enfrentan sus temores y conflictos construyendo puentes con el futuro a través de sus expectativas de cambio. Pero el cambio se presenta, cotidianamente, muchas veces sin que tengamos claro qué o quién lo trajo, de qué modo nos impactará y cuáles serán las mejores decisiones individuales y sociales para asumirlo y aprovecharlo. El cambio es la única regla y, desde hace algunos años, la economía latinoamericana ya no parece el principal laboratorio mundial de cambios.  Todo parece indicar que, mientras los latinoamericanos discutíamos sobre viabilidad política y revisábamos a la baja nuestras ambiciones de modernidad, en algún lugar de Asia había decenas o centenares de millones de personas confluyendo en torno a cambios que ahora hacen cielo sobre nosotros y nos obligan a revisarnos más allá de nuestro ombligo.

Ahora pareciera que, sin dejar de considerar los siemprepresentes retos de integración entre repúblicas, inclusión de gente históricamente excluida, crecimiento mejor distribuido y calidad de las instituciones políticas (también siemprepresente el péndulo sociológico entre modernidad y tradiciones culturales postcoloniales de militarismo, caudillismo y conservadurismo) se unen los renovados retos de reinserción competitiva global, con sus implicaciones sobre la inversión y la innovación, aprovechamiento de la diversidad (si dejamos de verla como desventaja y comenzamos a mirarla como potencialidad) y reconstrucción de prioridades en torno a lo público, disponiendo la seguridad de personas y bienes, la protección más inteligente de la infancia y el medio ambiente natural como ejes críticos de inversión pública, mientras se facilitan las transformaciones para legitimar el esfuerzo productivo a partir del trabajo tesonero, la innovación, el encadenamiento productivo y el valor prioritario de la gente en torno a proyectos sostenibles, por encima de nuestras tendencias históricas hacia el oportunismo cortoplacista y el rentismo.

 ¿Cómo construir en torno a lo público, lo común, tan retadora articulación? Este espacio de opinión no pretende abordar la variedad y profundidad de cambios políticos que se requieren y tampoco la enorme riqueza de particularidades que ofrecen los contextos nacionales de estos cambios en los países latinoamericanos de Suramérica, Centroamérica, Norteamérica y el Caribe. Pero si debemos ordenar las ideas y sugerir algo común, casi seguro guarda relación con la capacidad de las sociedades para dotarse de mejores gobiernos. Aunque son muchas las maneras en que puede mejorar el complejo entramado político institucional, siempre va a ser mejor que haya más personas entrenadas en torno a los retos de priorización del Estado en cada espacio competencial (local, intermedio, nacional e internacional, con el transversal impacto de lo global) y entrenadas en torno a mejores herramientas para canalizar sus decisiones en torno a lo público con criterios más profesionales y auditables. Se requieren planes locales más capaces de motorizar fuerzas productivas y creativas en cada comunidad, cada pueblo, cada ciudad, cada provincia y cada país de cada región. Se requieren liderazgos que entiendan estos compromisos más allá del espectro ideológico de sus propuestas y que acepten el compromiso de prepararse para el servicio que involucra gobernar.

Si queremos estar al nivel de los retos que se nos imponen en esta tercera década del siglo XXI tenemos que concebir acuerdos globales en torno a lo público y aumentar la capacidad de medir los avances con más datos y menos discursos, con más gestión por resultados a partir de problemas bien analizados y priorizados y menos ocurrencias de cara a audiencias fáciles.

Hagamos un esfuerzo por ampliar la base de consensos sobre las necesidades de lo común  y los mecanismos para gestionarlas y liberemos fuerzas productivas en torno a las potencialidades de la diversidad ambiental y cultural de nuestros países, para luego reconocer que Latinoamérica puede tener voz propia en las transformaciones que se están tejiendo desde nuestras antípodas.